Con sólo cuarenta años, Guillem Casellas es ya el último
maestro de la llata (palmito) que queda en activo en Mallorca. Ha hecho de su
artesanía una forma de vida y de sustento para él y toda su familia. Productos
que luego vende en los mercados semanales de la comarca o en la pequeña
mercería que regenta su esposa en Artà, donde además la gente acude para
pedirle algún que otro encargo. Él es el último vestigio de un oficio radicado
en las montañas de Artà y Capdepera, únicos lugares junto con parte de la Serra
de Tramuntana, donde crece el garballó. El maestro y su familia realizan aún
hoy todo el proceso de la elaboración. En su casa de foravila tienen el taller,
donde se seca la palma, se azufra y se tiñe si es preciso. La terraza sirve
para que en días de buen tiempo toda su familia se siente para hacer un rato de
llata.
— ¿Cómo surgió su interés por la elaboración de la llata?
— Ya viene de tradición familiar. Cuando era pequeño siempre acompañaba a mi madre, mi abuela y a una tía que elaboraban cestos en plena calle junto con las vecinas. En aquellos tiempos había mucha gente que se dedicaba a la confección de productos de palmito, juntas, charlando y escuchando las novelas de la radio. Leer más >>
— ¿Cómo surgió su interés por la elaboración de la llata?
— Ya viene de tradición familiar. Cuando era pequeño siempre acompañaba a mi madre, mi abuela y a una tía que elaboraban cestos en plena calle junto con las vecinas. En aquellos tiempos había mucha gente que se dedicaba a la confección de productos de palmito, juntas, charlando y escuchando las novelas de la radio. Leer más >>