La exuberancia de las faldas de amplios volúmenes se apoyaba
en una estructura artificiosamente arquitectónica, bautizada, en las
revistas de moda nacionales, miriñaque,
un armazón realizado primero con aros de crin de caballo prensados y más
tarde con aros de acero.
Esta estructura permitía a las mujeres liberarse de las
múltiples enaguas que se usaban para dar volumen a la falda y gracias a ella se
podían moverse con mayor soltura. La emperatriz Eugenia la adoptó
enseguida y las mujeres de toda Europa no tardaron en imitarla. Debajo de
ella se solían llevar unos pantalones largos de lino que acababan en un encaje
y llegaban al tobillo, mostrarlos era signo de elegancia. A pesar de esta
“liberación” las faldas con crinolina se fueron evolucionando en tamaño,
tanto, que en determinadas ocasiones resultada complicado que dos
mujeres pudiesen sentarse juntas en un mismo lugar. Leer más >>